El sargento
Márquez nos dirigió hacía la fortaleza. Como un veterano de más de cincuenta
batallas, él era quien tenía más experiencia en nuestro batallón. El Teniente
Bolloqui y el Cabo Sironi también tenían experiencia en el campo de batalla,
pero su sed de sangre no era tan fuerte como la del Sargento Márquez. Era
evidente, aunque era mi primera batalla, que el Sargento estaba en su hogar en
medio de violencia. Me alegré de que él estuviera con nosotros; su presencia
calmó poco mis nervios. Sin embargo, tenía miedo y el ambiente en el fuerte era
frenético. La mayoría de los otros soldados eran veteranos como el Sargento Márquez
y las fuerzas especiales, cuyos uniformes se hicieron distintivos, eran aún más
fanáticas que mi líder. El Sargento Márquez nos indicó nuestros puestos en el
fuerte. Esperamos. Algunos soldados cantaban, algunos otros oraban a Dios por
la victoria, y el resto esperaba con ansiedad. En ese tiempo, me asustaban más
nuestros propios soldados que el enemigo.
Cambié
de idea cuando el enemigo apareció. Como hormigas derramándo se delante de un
hormiguero, los otros llegaron al campo de batalla y tomaron sus posiciones.
Pero nuestra vanguardia estuvo listo para atacarles, y la batalla empezó.
Nuestro ejército era más grande y tenía más experiencia en ese ambiente, pero
el enemigo era feroz. En cierts momentos, los otros llegaron muy cerca del
fuerte. Los gritos y la sed de sangre aumentaron dentro de nuestras filas en
esos momentos, pero una y otra vez, los repelíamos con éxito. ¡Qué feos eran!
Se vestían de blanco como salvadores, pero era obvio que eran demonios. Ellos
querían destruir nuestros hogares, nuestras familias y nuestro fuerte, pero éramos
más fuertes. A pesar de sus ataques de artillería, algunos de los cuales me ensordecieron y de que prendieron
fuego en el fuerte, nos mantuvimos firme.
Después de casi una hora, hubo un calma. Yo estaba confundido.
“¿Se terminó la batalla, Sargento?” Él se rió.
“No, soldado raso. El enemigo se está reagrupando. La batalla va a
reanudarse pronto.”
El miedo debe haber sido evidente en mi cara.
“No te preocupes, García. Vamos a ganar. No tengo dudas.”
Aunque el Sargento Márquez no tenía dudas, todavía me preocupaba. Yo
dudaba de tener la fuerza y la intensidad para ser un soldado grande como Márquez.
Pero al mismo tiempo, tenía ganas de luchar una vez más. Cuando el enemigo
reapareció, estaba listo para proteger el fuerte con mi vida.
Sus ataques de artillería comenzaron de nuevo, pero el enemigo se
desvaneció poco a poco. Eramos más resistentes, y no mucho tiempo después,
dimos un golpe paralizante a su ejército. Todos los soldados en el fuerte
supieron a la vez y celebramos la victoria inminente. Me da vergüenza decir que
la única herida que sufrí durante la batalla fue un golpe de un amigo durante
esa celebración. Tuvimos que volver a la batalla poco después, pero los
soldados del enemigo estaban agotados y en
una hora, fueron vencidos. Habíamos ganado la batalla. Por primera vez en más
que tres horas, me relajé.
“Bien hecho, soldado raso García. Sobreviviste a tu primera batalla.
Sos un soldado real ahora.”
“¡Mil gracias, Sargento Márquez! ¡Me divertí!”
Estábamos en extasis la victoria. Nos fuimos del Estadio Mario Alberto
Kempes. Club Atlético Talleres había derrotado a Juventud Antoniano uno a cero.
Si esa es la vida de una hincha, tengo ganas de ser un de ellos.